Ayer me puse a revisar un viejo libro encuadernado en pasta: mi tesis de grado. Al leer la dedicatoria me puse a recordar todos los momentos que pasé para llegar ahí y en todas las personas que me apoyaron a lo largo de mi carrera. En especial me acordé de uno de los días más felices de mi vida, el día que me convertí en ingeniero industrial. Para mí no fue el día de mi graduación como tal, fue un poco antes. Exactamente el día que presenté mi tesis ante el comité evaluador de la facultad de ingeniería de la UASD. Una semana antes nos habían informado a todos los grupos que preparábamos tesis en ese momento que teníamos hasta el lunes siguiente para la presentación final de tesis, de lo contrario no podíamos graduarnos en la próxima graduación del mes de octubre. Aunque nuestro grupo (éramos tres), teníamos bien avanzada la investigación nos faltaba muchísimo y solo nos quedaba menos de una semana, decidimos dar el todo de nosotros para lograr nuestro objetivo. Las ultimas dos noches amanecimos en claro, nunca en mi vida había acumulado tantas horas sin dormir. En la mañana del lunes nos dirigimos a la facultad para hacer la presentación. Había tres comités evaluando simultáneamente y a nosotros nos tocó uno de los comités evaluadores más difíciles ya que este incluía al director de la carrera y al decano de la facultad. Estábamos bien preparados y realizamos una excelente presentación, además contestamos sin bacilar todas las preguntas que nos hicieron, sencillamente los dejamos impresionados. Al final los evaluadores se consultan entre sí para decidir la nota que te van poner e informarte en ese mismo instante tu calificación. Nos quedamos boquiabiertos cuando el decano le decía al director de la carrera: - Estos muchachos se merecen un 100. No cabíamos en la ropa de la alegria, mucho más después que el director nos informó que hasta ese momento éramos el único grupo que había sacado la calificación más alta en toda la historia de la carrera de ingeniería industrial en la UASD. Cuando iba saliendo de la facultad de ingeniería caminado a través de la explanada sentí que un gran peso se me iba de encima. Lo primero que hice fue llamar a mis padres a Puerto Plata y decirles que su hijo mayor ya era ingeniero. En ese momento me sentí mucho más feliz, no por mi, sino por poder regalarles a ellos todo el fruto de su sacrificio. Es algo de lo que realmente se sienten orgullosos.